EL EMBRIÓN NO ES UN SER HUMANO
Siglos de debates nos traen a clarificar algunos elementos
que, por cierto, son polémicos pero no pueden seguir nublando nuestro debate
como Comunidad religiosa. Cuando a comienzos del siglo XX se pontificaba que
“la vida se inicia en la concepción” no existían las herramientas que hoy
poseemos para discutir este tema: no había conocimientos sobre la Biología
molecular, no había claridad sobre marcadores ni receptores, no se sabía el
mecanismo íntimo de la reproducción que recién se clarifica en el modelo doble
hélice en la década del 60, no se sabía bien la fisiología de la génesis fetal,
menos aún se conocía nada sobre la genética dinámica que hoy muestra singulares
progresos. Cuando algunos eticistas plantean que “potencialmente” un embrión es
un ser humano lo postulan desde paradigmas
antiguos, aristotélicos, que hoy ya pueden ser superados por grandes maestros
de la sospecha y algunos diletantes peligrosos que desde la Teología han
intentado hacer un mano a mano con la Ciencia como el célebre y perseguido Bernard Haering.
De antemano, hay una distancia enorme entre un embrión
fecundado y uno implantado, no sólo en tiempo y espacio sino en características
fisiológicas que hacen de este último un verdadero eslabón en la contingencia
del origen fetal. A partir de la implantación todo el útero organiza la
nutrición y revoluciona la tocofisiología en forma cuasi irreversible. El
embrión errante, no implantado, circunvalando territorio, no será nada y,
necesariamente será expulsado por los genitales externos. Sin duda, el embrión
anidado, es lo que más puede acercarse al paradigma de la Vida mientras el otro
no es más que una unión celular fracasada como hay millones en el organismo
pluricelular. La Medicina reproductiva nos enseña que solo una minoría llega a
implantarse. En ese mismo estado, estaría el embrión implantado en el tubo de
ensayo, el famoso in vitro. Es imposible llamarlo o darle características
humanas. Nadie dice que esos ensayos no tengan un código de ética. Esto es
imprescindible y es el ABC de cualquier experimentador por lo que está fuera de
discusión en términos científicos. El debate es a qué llamamos Vida. Pues bien,
para mi universo teológico filosófico el embrión de ensayo no puede llamarse
Vida bajo ningún concepto. Por lo tanto, debería ser utilizado para ser
pesquisado, usado en investigación para
ver indicios de enfermedades genéticas, congelado, rebanado y, para mucha
ciencia avesada, podría ser cultivada para generar nuevas células donde hay
tejido muerto. Los manuales de Catequesis tradicional suelen ser dogmáticos en
este sentido. Pero, a mi modo de ver, llamar Persona a una célula es tan
inconsistente como llamar Dios a una hoja llena de clorofila.
En la Argentina, se renovó este debate ante el advenimiento
de nuestro nuevo Código Civil hoy plenamente vigente.
El inicio de la Vida es un debate fascinante. ¿Cuándo realmente
podemos decir que estamos en el camino de una persona y sin retorno, y no pecar
de obtusos ni tampoco ser condenado en el confesionario del cura del barrio?.
Evidentemente la vida comienza en el “seno materno” como siempre lo hemos
sabido, por lo tanto no podemos tener,
inhibiciones con todo lo que acontece en la topografía extrauterina aunque será necesario legislar
para que haya claridad en la experimentación necesaria. En cuanto a Derecho se discute sobre el mismo
tema: las legislaciones más rígidas,
como la británica, toman, como criterio para definir el comienzo de la vida
humana, el mismo que se toma para definir su final, es decir, la presencia o no
de actividad cerebral: cuando cesa la actividad cerebral, se considera que la
persona está muerta; en el caso del embrión, el inicio del sistema nervioso
tiene lugar en el día 14. Tomando esos momentos paradigmáticos, podríamos
volver a algunas discusiones que obsesionaron a nuestros filósofos y teólogos:
La animación: Negamos el preexistencilismo platónico que
acuñaba la existencia previa del alma antes de ser infundida en el cuerpo. Negamos
lo que siglos más tarde, San
Agustín propondría: el alma es engendrada por el padre al mismo tiempo que el
cuerpo, o la animación simultánea con el cuerpo propuesta por Alberto Magno. Un
poco más interesante es lo que concluyera Tomás de Aquino, que la
animación es sucesiva y tardía a la formación del cuerpo de cada ser humano.
Estos conceptos, expuestos en su Summa teologica,
predominaron en los siglos posteriores. Fue recién en el siglo XX cuando
los documentos pontificios impusieron que el alma de cada ser humano es creada por
Dios e infundida en su cuerpo, ya sea en la misma concepción o en el estado
embrionario. Este argumento y los posteriores tomados por Pio XII
ensamblaron este tema con la lucha contra el aborto cuando entendemos es una
manera de direccionar un tema ampliamente controvertido. La animación se
podría definir como el momento en que “el alma toma domicilio en el cuerpo”,
cuando el sistema nervioso empieza a vibrar porque sus neurotransmisores
comienzan a comunicar, cuando comienzan a surgir las ondas cerebrales que
informan como un radar que algo ha comenzado a “moverse” en el mundo. Antes de
eso hay un evidente silencio fisiológico que no puede ser confundida con la
cadena embriológica en cascada que lleva a tal momento.
La manipulación celular o pluricelular jamás
puede ser condenada. Esa filosofía llamada naturalista, no reconoce siquiera la
ciencia, actividad no dogmática y arreligiosa por excelencia. Diría Bruno en la
Hoguera “en el fondo, ustedes saben que la idea, es
intangible, eterna, divina, inmaterial”. Querer enfrentar la Ciencia y
la fe nos retorna a etapas jurásicas que retrogradan a la propia religión
a manuales que nadie se animaba a vivir. Si negáramos los bienes que nos traen
las maniobras de las células totipotenciales estamos negando a futuro la
posibilidad de reproducir tejido sano donde los tejidos han desarrollado
lesiones irreversibles. Tal estupidez desde ese enfoque debería negar el
trasplante de órganos ya que se manipulan tejidos en forma tremendamente
invasiva.
El biologismo en la Iglesia Católica: El
genetista francés Jerome Lejeune en 1959 descubrió que el Síndrome de Down, la trisomía del par 21, se originaba en la concepción, cuando se redistribuían los
cromosomas maternos y paternos. Él preconizaba que ya era un enfermo en el
momento de la concepción, observando que su genoma nuevo traía la información
de esa enfermedad. En esto se basó para impulsar en 1973 la Declaración de los
Médicos de Francia contra el aborto legal. "En todo
momento de su desarrollo el fruto de la concepción es un ser viviente,
esencialmente distinto del organismo que lo acoge y lo nutre", expresaba
en aquel momento. Al revisar el problema del momento de la animación, Lejeune
demostró que las hipótesis de San Agustín y de Alberto Magno, que el alma se
inserta en el nuevo cuerpo viviente en el momento de la concepción tenían una
base científica. Postulaba, si un embrión está enfermo en el momento de su
concepción debe ya tener una alma. Por tanto la animación debe ser instantánea,
conjuntamente con la formación del cuerpo. Estas ideas contra el aborto fueron
captadas por el Vaticano en su Declaración de 1974 sobre el aborto provocado.
Sin embargo, en esa fecha Roma no se pronunció sobre el momento de la animación
y dejó la controversia secular sin respuesta. Recién en 1994, la Iglesia acepta
la animación espontánea, como respuesta apologética ante los debates sobre el
aborto que acontecían por todos lados y basado en la experimentación mendeliana que estatuye que todo ser
humano estructura su genoma en el periodo de la fecundación. Este verdadero
dogma científico (sic) dio los argumentos a la Teología para cerrar el debate sobre el inicio de la Vida. Sin
embargo, a nuestro parecer, ese biologismo exagerado, una especie de
naturalismo molecular, es la contracara de las fecundas reflexiones sobre la
Vida misma. El genoma no es la vida ni por acaso. Es información sobre la futura persona que se codifica en complejas
uniones de bases nitrogenadas. Podrá ser uno de los principios de la Biología
Molecular pero me gusta pensar en todas las posibilidades: Podría ser el origen
del feto, podría ser expulsado por ineficiente, podría ser guardado bajo
ciertas condiciones o podría generar nuevos tejidos en brillantes
investigaciones. Si pensamos en el embrión-fecundado-anidado-nutrido y formando
tejido nervioso, recién podríamos hablar de Vida, chispeante, movilizante,
fantásticamente armada, y ya habremos superado el secuestro científico de este
tema que ha hecho la Biología y la Teología Conservadora.