viernes, 21 de marzo de 2014

                       CRÓNICA DE UNA REUNIÓN


Finalmente un día de marzo, el Intendente Ferraresi me recibió en su despacho.  Llovía a cántaros, afuera la ciudad se empapaba y las canaletas obstruidas provocaban los infelices desbordes de los Esteros de Avellaneda, como siempre, como nunca.  Sonrisas plastificadas nos recibieron en la puerta hablando tonterías propias de la lista de zonceras preparadas.  El despacho deslucía de papeles sin gracia y gestos  demasiado trabajados para una reunión conseguida a fuerza de históricas barricadas. El hombre no movió un músculo de la cara, miró al adversario como el policía Javert de Los Miserables, cargado de sanguínea venganza. Sólo ensayó tibia amabilidad ofreciendo algo como café o agua. Y después de ubicados cada uno en su lugar de honor, obispo y Capellini mediante, lo tuve frente a frente, para un duelo desigual donde se agregaban chicanas, amenazas, mentirillas impiadosas y presiones de ultratumba venidos de todos lados.  Expliqué las razones en mi acostumbrada brevedad patológica, pero aclaré que la situación era “terminal”, que los dos años aguardando un diálogo complicaba todo, que no era el Envión el problema sino el ejército colegiado de pusilánimes que atormentaba a mi Comunidad gratuitamente. “Comunidad”, me dijeron, es “Comunidad de alguien”, como si el pueblo se comprara en ferias y subastas, como si se pudiera manipular, verbo  que administraron a capella todos juntos, como si Del Valle no hubiera crecido en conciencia con la guía de la sabiduría implacable de Luis Sánchez. “Nunca pediste entrevista”, me interrumpió explicando lo inexplicable, como si los papeles y los gritos no se hubieran escuchado por los cuatro puntos cardinales. Una salida infantil, tanto como la cita en Tránsito donde participó gente de la comunidad luego del famoso pedido. Siguió su peculiar análisis en un insólito voseo que me hizo recordar que los dirigentes populares no somos más que “chepibes” de cuarta a la sombra del César. También se sumó la Capellini al peloteo verbal del conventillo sin evidenciar que los tratábamos de Usted, Sra, Sr Intendente, porque habíamos decidido, hace mucho tiempo, no perder la Educación en ningún circo político. Numeré las organizaciones oficialistas sumando algunos alcahuetes que impedían el normal desenvolvimiento de la relación institucional (nunca iniciada). Expuse que el problema fue que, del contrato de palabra que realizaron con el obispo, nunca lo llevaron a papeles, es decir no lo legalizaron a la luz del respeto por ambas partes. “El problema es la burocracia entonces”, sentenció la Capellini como si en cada pasillo de ese municipio no hubiera que desvivirse por papeles pintados que no sirven para nada. Como si los impuestos se pagaran en forma de trueque o los pobres no esperaran horas para recibir un sello miserable. “Sí”, les dije. “Hasta entre los mejores amigos” para evitar los abusos y los desmanes, siempre es bueno tener papeles confirmantes, declamé con tono de maestro ciruela. Intenté explicar que el sistema de Derecho “todito” se maneja así y que me llamaba la atención la desaprensión con que manejaron el asunto, más a sabiendas de los conflictos en la base. A veces, sentí que hablábamos otro idioma. “quédate con el edificio”, sentenció el Intendente después de otros exabruptos previos. “Que te aproveche” continuó, como si el edificio fuera un trofeo de guerra. Mientras lo consolaban para que  la reunión no terminara así  y mientras yo miraba la puerta de salida,  deliró “no te la creas”, “no te creas un dirigente”, “que puedas dormir tranquilo” y otras frases propias del bar de Sofovich. Intenté responder a cada uno aunque no es fácil cuando la contienda es 3 contra 1 y cuando no había un hilo en la discusión. Pero, lo más tragicómico fue la palabra “300”. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. No se trataba de la película. “¿300 espartanos?”, me pregunté  intentando seguir alguna coherencia. No. “Lo que pasa es que sacaste solo 300 votos”. No me dio tiempo a reírme. Intenté responder,  retrucar, alinearme en algún punto para no caer de semejante viaje espacial, pero no hubo caso. Colocarme como oposición política era la manera absurda de justificar la persecución e injerencia de los poderosos del lugar a una humilde Comunidad religiosa. Ya es una irregularidad, contrario a todo derecho eclesiástico, que el obispo y su sacerdote vayan a dar explicaciones al poder político pero en el dantesco vestíbulo del infierno todo es posible. 

Amigos, me ha tocado discutir con muchos sectores no afines, con la derecha emblemática, por cierto,en la Iglesia local la mayoría del pensamiento hegemónico es tal, con detractores de nuestra Teología, con militantes anti derechos humanos, con estudiantes de TFP y en una célebre reunión tuve que discutir en un panel con el ex tristemente célebre ultracatólico Michel Camdessus  quien llevó a 2/3 de la humanidad al desasosiego y desesperación. En todas esas discusiones pude siempre meter sangre  y adrenalina, como un juego de abalorios seguí las consignas de mis convicciones y me sentí respetado. Tengo que decirles que en este escenario, con estas personas, con la patoteada verbal y simbólica, sentí como muy pocas veces que la palabra no valía la pena. Es una barbaridad que me pase eso, es terrible que lo pueda sentir, es signo cuaresmal poder sacarse ese hollín depravado. Pero también es bueno saber que nada, absolutamente nada me atrae de ese universo hostil, des-graciado y bárbaro del poder palaciego.