CRÓNICA DE UNA REUNIÓN
Finalmente un día de marzo, el Intendente Ferraresi me
recibió en su despacho. Llovía a
cántaros, afuera la ciudad se empapaba y las canaletas obstruidas provocaban los
infelices desbordes de los Esteros de Avellaneda, como siempre, como nunca. Sonrisas plastificadas nos recibieron en la
puerta hablando tonterías propias de la lista de zonceras preparadas. El despacho deslucía de papeles sin gracia y
gestos demasiado trabajados para una
reunión conseguida a fuerza de históricas barricadas. El hombre no movió un músculo
de la cara, miró al adversario como el policía Javert de Los Miserables, cargado de
sanguínea venganza. Sólo ensayó tibia amabilidad ofreciendo algo como café o
agua. Y después de ubicados cada uno en su lugar de honor, obispo y Capellini
mediante, lo tuve frente a frente, para un duelo desigual donde se agregaban
chicanas, amenazas, mentirillas impiadosas y presiones de ultratumba venidos de
todos lados. Expliqué las razones en mi
acostumbrada brevedad patológica, pero aclaré que la situación era “terminal”,
que los dos años aguardando un diálogo complicaba todo, que no era el Envión el
problema sino el ejército colegiado de pusilánimes que atormentaba a mi
Comunidad gratuitamente. “Comunidad”, me dijeron, es “Comunidad de alguien”,
como si el pueblo se comprara en ferias y subastas, como si se pudiera
manipular, verbo que administraron a
capella todos juntos, como si Del Valle no hubiera crecido en conciencia con la
guía de la sabiduría implacable de Luis Sánchez. “Nunca pediste entrevista”, me
interrumpió explicando lo inexplicable, como si los papeles y los gritos no se
hubieran escuchado por los cuatro puntos cardinales. Una salida infantil, tanto
como la cita en Tránsito donde participó gente de la comunidad luego del famoso
pedido. Siguió su peculiar análisis en un insólito voseo que me hizo recordar
que los dirigentes populares no somos más que “chepibes” de cuarta a la sombra
del César. También se sumó la Capellini al peloteo verbal del conventillo sin
evidenciar que los tratábamos de Usted, Sra, Sr Intendente, porque habíamos
decidido, hace mucho tiempo, no perder la Educación en ningún circo político. Numeré las organizaciones oficialistas sumando algunos alcahuetes que impedían
el normal desenvolvimiento de la relación institucional (nunca iniciada).
Expuse que el problema fue que, del contrato de palabra que realizaron con el
obispo, nunca lo llevaron a papeles, es decir no lo legalizaron a la luz del
respeto por ambas partes. “El problema es la burocracia entonces”, sentenció la
Capellini como si en cada pasillo de ese municipio no hubiera que desvivirse
por papeles pintados que no sirven para nada. Como si los impuestos se pagaran
en forma de trueque o los pobres no esperaran horas para recibir un sello
miserable. “Sí”, les dije. “Hasta entre los mejores amigos” para evitar los
abusos y los desmanes, siempre es bueno tener papeles confirmantes, declamé con
tono de maestro ciruela. Intenté explicar que el sistema de Derecho “todito” se
maneja así y que me llamaba la atención la desaprensión con que manejaron el
asunto, más a sabiendas de los conflictos en la base. A veces, sentí que
hablábamos otro idioma. “quédate con el edificio”, sentenció el Intendente
después de otros exabruptos previos. “Que te aproveche” continuó, como si el
edificio fuera un trofeo de guerra. Mientras lo consolaban para que la reunión no terminara así y mientras yo miraba la puerta de salida, deliró “no te la creas”, “no te creas un
dirigente”, “que puedas dormir tranquilo” y otras frases propias del bar de
Sofovich. Intenté responder a cada uno aunque no es fácil cuando la contienda
es 3 contra 1 y cuando no había un hilo en la discusión. Pero, lo más
tragicómico fue la palabra “300”. Yo no podía creer lo que estaba escuchando.
No se trataba de la película. “¿300 espartanos?”, me pregunté intentando seguir alguna coherencia. No. “Lo
que pasa es que sacaste solo 300 votos”. No me dio tiempo a reírme. Intenté
responder, retrucar, alinearme en algún
punto para no caer de semejante viaje espacial, pero no hubo caso. Colocarme
como oposición política era la manera absurda de justificar la persecución e
injerencia de los poderosos del lugar a una humilde Comunidad religiosa. Ya es
una irregularidad, contrario a todo derecho eclesiástico,
que el obispo y su sacerdote vayan a dar explicaciones al poder político pero en el dantesco vestíbulo del infierno todo es posible.